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El Postracionalismo

La psicología y la psicoterapia post-racionalista: el futuro y el pasado

Giampiero Arciero

Traducción realizada por: Eduardo Cabrera Casimiro y David Trujillo Trujillo

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El origen

El término post-racionalismo fue acuñado por Vittorio F. Guidano a finales de los años 80 para indicar un nuevo modo de concebir la psicología caracterizado por el reconocimiento del individuo como irreducible generador de significado. En realidad la aparición de este término definía un movimiento que tenía su raíz en la revolución cognitiva de los años 70 y que se había caracterizado por el particular énfasis en la epistemología considerada como la disciplina básica sobre la cual fundar el programa tanto teórico como clínico de una psicología científica.

Cuando la psicología se prestaba a estudiar aquella caja negra, la mente, prohibida por los programas de investigación comportamentales, el problema del carácter científico de dicho estudio es resuelto por la nueva corriente cognitiva de dos maneras. Una, caracterizada por una aproximación empirista, que consideraba la cognición como un sistema de creencias jerárquicamente ordenado que dirigía tanto las acciones como las emociones de un individuo funcionando a modo de un programa computacional. Así como el programa de un ordenador dependía de un orden lógico-matemático externo, del mismo modo el sistema de creencias de un sujeto se originaba a partir de un orden externo unívoco -la realidad objetiva- del cual obtenía validez y fundamento. La otra, de la cual Guidano junto a Mahoney, fue uno de los protagonistas, observaba la cognición como una dimensión que correspondía “a la interioridad” del individuo y consideraba el papel activo desarrollado por el sujeto en la construcción de su realidad. Sin embargo, esto planteaba un problema fundamental a quien tenía la pretensión de estudiar científicamente la mente: la exigencia de explicar “objetivamente” la interioridad a través del rigor del método científico.

Por esto el camino que se siguió fue el de la epistemología evolutiva (Campbell, 1974; Popper, 1984), que se basaba en una visión del hombre entendido como un organismo que ordenaba activamente la propia realidad a través de la generación de teorías cuya conservación o eliminación era regulada por la selección natural. Utilizando el lenguaje neodarwiniano Popper decía: “los cambios pueden ser interpretados como movimientos más o menos accidentales por ensayos y errores y la selección natural puede ser interpretada como una manera de controlar tales movimientos, a través de la eliminación de los errores” (pag. 316, 1975).

De esta manera se aseguraba el carácter científico de la investigación sobre la mente sin renunciar al estudio de la interioridad. De hecho desde esta perspectiva el conocimiento venía a corresponder a un proceso activo, adaptativo e histórico que da lugar a estructuras -las teorías- que el viviente genera en el curso de su relación con el ambiente. Eso, por tanto, permitía distinguir la esfera cognitiva en términos de configuraciones estables que se conservaban en el curso de la historia individual.

El reconocimiento de aquellas estructuras cognitivas en el paciente guiaría el estudio de la cognición y de sus procesos así como la estrategia de intervención terapéutica.

El desarrollo

El pasaje del cognitivismo estructuralista hasta la psicología post-racionalista toma forma a partir de un cambio que tiene su origen en la epistemología evolutiva. Campbell, en su visión del sujeto, había subrayado el carácter de autorregulación interior ligado a la interiorización de los procesos de selección y conservación de las teorías. Sin embargo, el análisis de Campbell de la autonomía del sujeto era aún fuertemente dependiente de la perspectiva neodarwiniana sobre la relación organismo ambiente.En efecto, la tradicional aproximación al problema veía la selección natural como determinante de los cambios estructurales del organismo y consideraba la evolución como la optimización de la adaptación al ambiente. A comienzo de los años 80 dos pensadores y biólogos chilenos, Maturana y Varela, dieron un vuelco completo a este punto de vista situando en otro lugar la explicación evolutiva sobre la dinámica interna de cada grupo animal y, por tanto, de la historia de las transformaciones estructurales del linaje en relación a los cambios ambientales (Maturana y Varela 1980; Varela 1979). El aspecto fundamental es que el organismo y el ambiente varían de manera independiente. De ello deriva que la relación unidad-ambiente se mantiene sólo si la unidad autónoma es capaz de generar dentro de los límites de la propia organización niveles de referencia capaces de hacer frente al cambio ambiental. Aquella conserva así la propia adaptación y la adaptación se convierte, por tanto, en un invariante (Arciero, 1988). La focalización sobre la autonomía del viviente conduce a un análisis de la unidad autónoma como sistema auto-referencial. Es decir, un sistema que, mientras plasma continuamente su orden en el interior de un fluir cambiante y multiforme de estímulos, contemporáneamente distingue el dominio de perturbaciones ambientales significativas para el mantenimiento de la propia identidad en cuanto sistema.La metáfora del científico que genera teorías –apreciada por los popperianos- es sustituida por la metáfora del observador que a través de los procesos de observación construye un ordenamiento de la realidad que refleja su propia organización perceptiva (self-reference). Como decía Maturana: “Todo lo dicho es dicho por alguien”.

El otro aspecto de gran relevancia que promueven los estudios sobre los sistemas autoorganizados es la introducción en el ámbito de las ciencias cognitivas de una nueva perspectiva metodológica. Para explicar cómo el organismo genera un cierto significado, el nuevo acto epistemológico consiste en la construcción de un mecanismo capaz de producir como resultado de la coherencia interna de sus operaciones un particular comportamiento, por ejemplo, un determinado estado mental. Esta aproximación, que puede ser caracterizada como “constructivista”, se diferenciaba de la predictiva de las ciencias físicas fundada metodológicamente en la anticipación y en la previsión según principios racionalistas. De aquí el término post-racionalismo. Por ejemplo, para comprender por qué un sujeto se comporta de un cierto modo en el curso de una particular situación tiene poco sentido elaborar una teoría que permita hacer las previsiones sobre los actos mentales generados en el tiempo X por aquel individuo. Mas que preveer puntualmente la cognición del sujeto en aquel momento específico como haría la aproximación predictiva, es mucho más interesante reconstruir la dinámica interna de un individuo capaz de dar sentido a un serie de acontecimientos según una coherencia semántica. El método, entonces, es el de la reconstrucción -en lugar de la predicción- de las operaciones del sistema y de su cohesión interna; reconstrucción que debe explicar el comportamiento observado como fenómeno emergente de la dinámica del sistema. Esta aproximación se llamará constructivista. A partir de este modo de concebir la generación del significado Guidano distinguirá diversas categorías de organizaciones de la coherencia semántica. En efecto, él hablará de Organizaciones de Significados Personales (OSP) para indicar “un proceso ordenador unitario, en el que se buscan la continuidad y la coherencia interna en la especificidad de las propiedades formales, estructurales, de su procesamiento del conocimiento (es decir, en la flexibilidad, la generatividad y el nivel de abstracción)” (Guidano, 1992, pag. 34).

Orientado por aquella misma diferenciación de invariantes que había definido diez antes años como “estructuras cognitivas”, Guidano basará su distinción de categorías sobre diversas modalidades de apego que toman forma en el curso del desarrollo individual. El mantenimiento en el curso del arco de vida de los patrones organizacionales de apego asegurará, por un lado, la continuidad de la propia coherencia interna y, por otro, una autorreferencialidad cada vez más articulada de los procesos de conocimiento. “El devenir temporal de un sistema cognoscitivo individual aparece entonces como un proceso abierto de incesante asimilación de experiencia caracterizado por el emerger continuo, a lo largo del arco de vida, de niveles más estructurados e integrados de conocimiento de sí mismo y del mundo; la aparición de niveles más estructurados de conocimiento es siempre el resultado de la asimilación de equilibrios y discrepancia producidos en el curso de la experiencia, mientra que la cualidad de la reorganización del significado personal que resulta de ello depende del modo en que tales discrepancias han sido integradas”.

Para Guidano la estrategia terapéutica que derivaba de este modo de concebir un sistema cognoscitivo individual estaba centrada, como diez años antes, en el reconocimiento de aquellos invariantes y en la integración consciente de las perturbaciones experienciales en el ámbito de la organización de aquellos invariantes de significado personal.

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La perspectiva actual

Lo más sorprendente de este planteamiento (y que una vez más se vuelve evidente en la práctica clínica) es que a través de la puesta entre paréntesis de la realidad y, por lo tanto, con la apertura de la perspectiva sobre la dinámica interna del sistema y sobre su coherencia, la experiencia real viene a corresponder a la configuración de los procesos internos al organismo. Al ser histórico y temporal que cada uno de nosotros es, se contrapone una idea del Sí mismo como proceso (The Self in Process), cuya temporalidad es modelada sobre el acontecer de una serie de instantes anónimos (la experiencia inmediata) concebidos como variaciones estructurales continuamente reabsorbidas en la unidad del flujo (la reordenación de la experiencia). De esta manera el ser-ahí es comprendido como una simple presencia (la ousía del libro V de la Metafísica de Aristóteles) que fluye en un tiempo hecho de “ahora” inmediatos: de instantes reales sólo en el momento presente. Es así que la actitud teóretica desvitaliza la experiencia vivida y deshistoriza la experiencia de la vida concreta. En efecto, a través de aquel acto realizado para aferrar científicamente la organización del conocimiento del individuo se realiza inconscientemente otro que en realidad cancela a la persona. Es decir, en nombre de la búsqueda de la coherencia interna se elimina el ser mío del actuar y del sentir, la singularización ocasional de los actos.

Como consecuencia “poner entre paréntesis” la experiencia real, la historia de la persona, su identidad es reducida a un retrato que como un signo zodiacal gobierna el destino del sujeto a partir de las primeras fases del desarrollo hasta la muerte (Arciero 2006). Así es como la actitud teóretica cree resolver el problema de la generación y organización del significado personal. En realidad, mientras establece la primacía de la reflexividad respecto a los otros ámbitos del existir, no es capaz de interrogarse sobre un aspecto de proporciones mucho más relevantes. Es decir, asume sin plantearlo como tema, la perspectiva histórico-conceptual según la cual la modernidad ha hablado del sí mismo y de la identidad.

Esta incapacidad de arrojar luz sobre los fundamentos del propio interrogar hace que se de por sentado aquellas categorías ontológicas -interioridad, continuidad, unidad- a través de las cuales el pensamiento moderno ha tratado de conceptualizar la experiencia en primera persona. Es inevitable, por lo tanto, que se eluda el hecho de que el modo de observar al sujeto hunde sus raíces en una perspectiva que desde Platón a través del neoplatonismo, la Escolástica y luego Suárez, de Descartes hasta Kant y la psicología moderna, captaba la subjetividad como si fuese una cosa, es decir, utilizando las mismas categorías ontológicas usadas para pensar los objetos.

Así, la existencia es comprendida como el modo de ser específico de una cosa que pertenece a aquella cosa sólo en base al hecho de que ha sido producida. El sí, como el jarrón del demiurgo, es lo que a través de la multiplicidad de los actos se mantiene idéntico en el tiempo. Es upokeimenon como decían los griegos o subjectum como tradujeron los latinos. A causa de la actitud teorética la organización es lo que se mantiene idéntico en el tiempo. ¿Pero qué sucede si en lugar de considerar el sí como una cosa lo consideramos como un quién? Aquí se sitúa el giro fenomenológico-hermenéutico del post-racionalismo actual (Arciero 1989, 2006; Arciero, Bondolfi 2009).

Este preguntar cambia inevitablemente la posición del problema porque se trata de tener que explicar la unicidad de una persona a partir de sus modos de ser que ya no son reducibles o reconducibles a la dinámica interna de un sistema. Es decir, si al ser del sujeto ya no se le atribuyen las propiedades de una cosa producida, sino las maneras de ser según las cuales de vez en vez la persona que vive en el mundo se advierte en este o aquel modo, entonces hay una diferencia ontológica entre el ser de una estrella, el ser de una rosa, el ser de un simio y el ser de un hombre. El ser de un hombre se caracteriza, entonces, por los modos posibles de ser, de maneras de sentirse vivir: la experiencia es mía (Jemeinigkeit). ¡Mi ser está en juego cada vez en mis posibilidades de existir, en mis proyectos, en mis expectativas, en mis encuentros, en mis elecciones! Plantear el problema del sí mismo en esta perspectiva significa tener que explicar un ser sí, una ipseidad, que ya no es dado como si fuera un objeto sino que siempre está en la tarea de hacerse. Es decir, ya no se trata de aferrar el sí mismo a través de un acto de reflexión, sino de captar cómo el ser sí mismo está presente a sí mismo a partir de sus posibilidades; de cómo la ipseidad llega a sí (ad-viene), es pre-reflexivamente consciente de sí, en su cotidianidad, en su experiencia efectiva, en el tener que ver con esto y con aquello en las diferentes situaciones del vivir.

Esta nueva perspectiva que emerge de la necesidad ontológica de comprender a la persona a partir de sus modos de ser implica también a otro gran tema, el de la identidad, que plantea de nuevo la cuestión del quién del actuar y del sentir a nivel de la historia de una vida. Decir quién es uno implica, en efecto, que toda pasión y toda acción individual sea comprendida en el ámbito de una dimensión temporal caracterizada por la permanencia de la persona -designada por el nombre propio – como la misma en el tiempo. Entra en juego aquí la narración entendida como el acto según el cual la experiencia pre-reflexiva es reconfigurada a través del lenguaje en una trama que conectando los acontecimientos en una narración da forma al mismo tiempo a la identidad personal (Ricoeur 1990). Entonces, si la narración permite reconocer las propias experiencias como personales permitiendo así identificar-se, las diferentes variaciones de la narración reflejarán modalidades diferentes de experimentar la propia existencia.

A partir de estas consideraciones sobre la relación entre la dimensión pre-reflexiva y su configuración narrativa podemos afrontar una tipificación psicológica de la personalidad y su transformación en el tiempo según las posibles tendencias emocionales que sedimentan en el curso del arco de vida y que se reflejan en la construcción de la historia de sí mismo. De esta manera se abre un diálogo con la investigación neurocientífica (Bertolino et al. 2005; Rubino et al. 2006; Mazzola et al. 2010) y una nueva visión de la psicopatología (Arciero, Bondolfi, 2009). Por otro lado, la intervención terapéutica se coloca precisamente en la vertiente de la apropiación y la reconfiguración de la experiencia en una renovada narración de la misma. Si la experiencia efectiva es un fenómeno histórico, la interpretación fenomenológica mas que guiada por categorías impuestas apriorísticamente a la experiencia concreta de la persona, debe ser extraída de la facticidad misma del vivir. Como el joven Heidegger escribió: “…el interrogarse no es constructivo, conceptualmente deductivo y dialéctico, sino que surge del qué (Was), del fenómeno en concreto y ahí se dirige; no de ninguna pregunta puramente conceptual, que está en el aire y no tiene fundamento!.”

A lo largo de este camino -que deja tras de sí la perspectiva teorética que caracterizaba los análisis de Guidano – la psicología post-racionalista sitúa en el centro de sus investigaciones a la persona de carne y hueso en su originaria historicidad (Trujillo et al. 2009).

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Referencias

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